Una idea de Alfredo Valdez Rodríguez

Suplemento de El Pueblo, somos paisanos
de Pepe Cancela, Leonard Cohen, Brueghel, y Jacques Tatischeff.-

 

Para leernos mejor
Autores santalucenses en las librerías santalucenses. Omar Adi y Daniel Da Rosa, dos que en verdad son tres. (Ediciones Yauguru y Libros de San Juan)

Daniel Da Rosa (Café Sportman, memorias)

Pascal
despidió al último parroquiano
en la vereda del bar
mirándole la espalda
encendió un cigarrillo como Humprey Bogart
y cruzó la plaza
sin Ingrid Bergman
hacia la calle Paraguay.

Omar Adi (Patadas de chancho)

Onetti inventó a Santa María y mirá.
Nosotros tenemos Santa Lucía
y no sabemos qué hacer con ella.

Ya pocas cosas tienen sentido.
Tal vez vos y esta milanesa con fritas.

Este lugar me trae recuerdos, pero no sé cuáles.

Ser lo que se hace
y no lo que se dice que se hace,
dijo El Gaucho con razón.

Daniel Da Rosa (Poemas desleídos)

Te quito de tu tiempo para leer lo que nadie más leerá
serás el mismo testigo de siempre
de tan inciertas palabras
tal vez consiga una colección triste de versos
donde la belleza está en olvidarlos.

 

Ahora no me conoces
La pandilla salvaje (año del escote en V)

 
Ahora no me conocès de la edición anterior
Arriba Ferrari, Gorospe y El gordo Rivero abajo Nestor Puentes Jorge LichinettI, El Pato Y Teodoro .?(Alejandro Alonso)
La selección del gimnasio de futbol de salón.
Pablo Ferrari, Pepe Gorospe, no me acuerdo el nombre, Rivero, Pirolo Puente, Jorge Luchinetti, Patito Barcelo y Teo Hernandez(José Pepe Torres)

 

 

Rosina More
Una se mira las canas, el cutis, los dientes. Se mira con los pocos ojos que ven y sin embargo, ama, siente, acaricia como cuando la piel eran pétalos. Maravilloso el pasar eterno del Espíritu que nos habita.

 

Pepe Sacapuntas en Santa Lucía
Diego Bengoa ha publicado sus notas en semanario El Pueblo, en Montevideo.com y en su blog, bajo el seudónimo de Pepe Sacapuntas.
En estos momentos está en edición su libro Cuentos Crónicos que se configura con seis relatos donde se busca la complicidad del lector en varias historias de ficción.
Diciembre 9 , hora 18, el autor en La Madriguera

 

Diego Bengoa
Amor de Guapo
-Solo me quedan dos cosas en esta linda vida: una, boletear a un punto por guita, y otra es que se me aflojen las rodillas, me vuelva carima y un chabón me atienda por la puerta de servicio. Después de esta frase venía su ronca risa de alcantarilla que todos acompañábamos. Porque imaginar al «Machito» en la segunda situación de mariposón ¡era como ver a Tarzán vestido de Cenicienta!
A Juan Justo «Machito» Ponce lo conocí en mi barrio de la Mondiola a mediados de la década del sesenta. Yo era un guacho bien reíto. Él, a sus cuarenta y pico , ya estaba consagrado. Sin discusión de nadie, era el más taita entre todos los taitas. El más respetado. También el más temido y por ende el que gozaba con el favor de las mejores percantas que suspiraban en la pista de baile al ver su estampa de galán arrullando con su cuerpo el gotán más pintado. Alto y macizo como un noble fresno, para mis ojos de purrete su figura se asemejaba al coloso más compadre. Conservaba el mismo físico de mil novecientos cuarenta cuando por entonces tiraba los guantes como «amateúr» en el club Villa Española. Y en esos días, a ese cuadro defendía en su condición de recio zaguero derecho los domingos de mañana en la durísima divisional extra. No tenía ni una cana. Algún buchonazo anduvo diciendo por allí que la negritud de su pelo obedecía a que el «Machito» se teñia. ¡Qué se iba a teñir un macho como Ponce!
Los que por envidia y a sus anchas espaldas hablaban mal de él eran de puro garcas. Les dolía escuchar cuando Ponce solo con el «Tajo» Silva, aguantó a trompada limpia a toda la pesada del Waston de la Aduana. Esa batalla campal luego de un partido final de basquet , duró más de una hora en nuestra cancha del 25 de agosto, y hubo un montón que echaron baraja al mazoPero él, espalda con espalda con el «Tajo», bien a lo macho, se bancó todo el malón y juntos mataron a piñazos a no menos de ocho pesados del puerto , algunos con corte y todo.
O aquella otra vez que la yuta les dio la captura con el contrabando de carne y el «Machito» se sacó la camisa y les partió la jeta a no menos de cinco milicos que tuvieron que pedir refuerzo para encanarlo porque mano a mano los hubiera pintado. Acto seguido,como guapo y varón que era, se tiró todo el fardo del contrabando encima. Cuando lo detuvieron, pese al condimiento de picana y paliza, nadie le pudo sacar los nombres de sus laderos. Y se comió los dos años de cana sin chistar.
Por todo esto, yo con la ciudad de París no quiero saber de nada. De su exilio en «canadá» el «Machito» salió más fuerte que nunca. Hambre no pasó. Problemas de convivencia , menos. Su fama atravesó los barrotes de la cárcel y fue su guardían más fiel. Además de los favorcitos de turno al comisario encargado de la penitenciaría, las dos o tres minitas que changaban para él la verdad es que se mataron haciendo puntos para arrimarle los necesarios morlacos al detenido. Cuando salió del penal de Punta Carretas jamás lo escuché reprochar nada a nadie. Eso no hubiese sido de guapo. Por entonces, los sábados al mediodía era el único día en que los mayores dejaban entrar a la purretada del barrio al temido boliche «Quitapenas». Por supuesto que la vieja ni se enteraba que yo me quedaba con mis amigotes como dos horas escuchando las hazañas del «Machito» contadas por sus laderos, sus minas o algún ocasional forastero adobadas con las grapas más duras. Inevitablemente, estas tertulias con plateas de admiración agotadas antes de cada función, terminaban con la frase que les conté al principio de esta historia que refería a las dos cosas que el guapo no había probado.
¡Cómo no le voy a tener bronca a París!
Finalmente, ya sobre el umbral del boliche, venían los sabios consejos de nuestro ídolo. Querer y respetar a la vieja, recordar que los hombres no lloran, mantener la palabra empeñada y sobre todo: «No te enamores nunca, pibe. Las minas solo sirven para un buen braguetazo».
Un día a Juan Justo Ponce no lo vimos más por el vecindario. Desapareció como lo haría un buen punga luego de su trabajo, a la salida del estadio. Según contaron un par de despechadas en un prostíbulo del barrio Maroñas, el «Machito» conoció a un francés que lo embaló con promesas de guita fácil. Y fue así que marcharon con la Mary, los tres rumbo a París, esa ciudad de cuarta que nunca pienso conocer.
-¡No vino a despedirse de nadie porque esas son cosas de mujeres, mamá! _le expliqué una y mil veces a mi vieja cuando yo ya era adolescente.
Con el tiempo, mi antiguo barrio fue cediendo su hombría de humildes casitas de patio y zagúan al progreso afectado de los edificios más anónimos. A mis principescas empedradas calles las devoró el clandestino asfalto. A algunos de mis mejores amigos los expulsó el hambre del país o los atendió la dictadura que fue aún peor, y hubo otros que se ahogaron en la marejada del alcohol, la falopa o el delito en los que yo zozobré más de una vez. Fue así que, sin darme cuenta, un día me fui de mi barrio que ya no era más mi barrio, y con el correr de los años aprendí a prosear en la facultad de los libros sin olvidarme de la universidad de la calle. Yo ya tenía veintitantos años cuando una noche vestida por el champán, la timba y otras cosas que no vienen al caso, nos acorraló en el boliche más pesado de Montevideo, naturalmente decorado con yiras, gigolós y mariquitas de ocasión. Entre el humo más denso que cubría el salón pude percibir una voz a mis espaldas, acuñada en mi corazón aunque forzadamente aguda. Fue relojearlo y saber que era el «Machito Ponce» . Y él me reconoció al instante cuando le dije mi nombre.
Su pelo seguía tan negro como siempre. Increíblemente flaco y con pilchas bastante raras, olía a perdedor. Los pasados años habían hecho su trabajo de estrago. Se apartó al toque de su barra como temiendo que yo pudiera tomar contacto con sus compañeros de juerga. Tenía los cachetes de su arrugada cara colorados de más; si no hubiera sido él , hasta diría… coloreados de más.
Después del lógico, «Vení pibe sentate», pasamos lista a nuestros amigos ausentes y también , repasamos algunas de sus hazañas más recordadas ante la incrédula mirada de algún gil de turno. Le conté del naufragio de nuestro barrio y su gente. De cómo me arrancaron mis amigos y con ellos parte de mi vida. Y maldito sea el día en que le pregunté cómo le había ido en esa ciudad que prefiero ni nombrar.
-Mirá, pibe, en París estuve diez años. Y cometí un error imperdonable. Me enamoré locamente , bajé la guardia y me noquearon. Me entregué mansito , sin pedir ni un vuelto. No sabés las veces que hociqué para impedir que me dejara. Yo me quedaba en casa todas las noches, sola…mente con nuestro perrito caniche muriéndome de celos mientras me engañaban de la forma más cruel y despiadada. Pese a todo aguanté y perdoné mil veces pero a la larga igual me dejó. Creo que nunca me quiso. Estuvo conmigo mientras hubo mangos que abonaran su vagancia. En una de nuestras peleas hasta el perro se llevó. No pude soportar tanto abandono, tanta solitaria tristeza y por eso fue que pegué la vuelta.
Dos negras lágrimas cayeron lentamente de sus pardos ojos como abandonan las gotas de lluvia al vidrio más pintado. Un misterioso pañuelito pulcramente desdoblado que emergió del bolsillo delantero de su camisa floreada fue el sostén de su manifiesta tristeza.
-Estos últimos años he tenido una puta vida. Solo me queda hacer una cosa, pibe.
-Ya sé ,le dije resignado. Boletear a un punto por guita.

 

La Madriguera presenta
«No hemos sabido administrar la esperanza»
Patricio Pron
El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, novela transversal y moral que busca comprender la historia de sus padres, la suya y la de su país. Una pesquisa que se extiende más allá del libro: un relato autobiográfico sólo ligeramente novelado que se ubica rápidamente en su tiempo y en su lugar.. Argentina y esa etapa oscura de su historia, un tema recurrente, como lo es en la literatura española la Guerra Civil. Un hijo que vuelve al hogar paterno al ser citado, por una grave enfermedad del padre, regreso amargo con expectativa trágica, circunstancia que irrumpe en la normalidad, y que provoca el consabido viaje y el consabido regreso a los recuerdos, y la reflexión sobre ellos.
Nº de páginas: 208 págs./Encuadernación: Tapa blanda/Editorial: Literatura Random House.

 

Lo poco que deseamos con tanto fervor nos espera más lejos, irreconocible, impensado. Lo poco que podemos pensar surge como un mendigo cerca de una puerta, que sólo lo más viejo en nosotros reconoce, que en todo caso divisa si tiene el valor de hacerlo. PQ

 

 

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