Como en una rueda, cuando parecía que se empezaba a vislumbrar un camino de
encauzamiento, nuevamente nos sacudieron varios hechos violentos. Hay reiteración al hablar
de esto? Sí, claro. Hay hechos que lo ameritan? Lógicamente.
Aquella acusación de “perversión” que se endilgaba a los medios de comunicación, que se les
adjudicaba ser una especie de operadores anti-gobierno, terminó con la aceptación de parte
del Ministro del Interior Eduardo Bonomi: hay un aumento del delito.
De no ser por la cantidad enorme de asesinatos que hemos tenido (basta de decir “fallecidos”
cuando es gente que muere en un hecho violento), y por lo trágico de la situación, paree que
Bonomi nos tomara el pelo a todos los uruguayos. ¿Ahora sale a admitirlo?
Pero bueno, por algún lugar se empieza. Quizá ahora sí tome las riendas o dé un paso al
costado. Algo. Lo que se sea, será mejor que esta especie de anestesia general por la que
transita el país en materia de inseguridad.
Particularmente los robos no me importan hoy en día. Generan el enorme dolor de sentirse
violentado, invadido. Se siente la falta material de las cosas que tanto nos cuestan y que
muchas veces tienen valor más afectivo que económico. Pero han quedado a un lado ante la
ola de homicidios que nos negamos a naturalizar.
Aquella justificación de “ajustes de cuentas” se cayó tan sola por su propio peso, que el propio
Ministro debió tragar esas palabras para dar paso a una evidente ola de crímenes que tiñen de
rojo este 2018. Qué ajuste puede tomarse contra una trabajadora de Estación de Servicio
madre de un bebé que llevaba unos pesos en su bolso? Una adolescente de 17 años mutiló
una familia. Vean cuántos problemas juntos, hay en este único caso. Por poner un ejemplo
nomás.
Duele mucho Uruguay. Y más duele porque como nunca se ha dotado de recursos a la policía.
Pero hay un desánimo tan generalizado entre la moral de nuestros uniformados y tal falta de
respaldo que la pregunta de por qué no hay mayor eficacia, se responde sola.
No hace falta irse muy lejos. Basta con recorrer Los Ángeles, una ciudad con casi 4 millones de
habitantes. Así hablamos “de igual a igual” con la cantidad de personas que debe lidiar un
alcalde. La policía prácticamente no se ve por sus calles. Sin embargo, los cajeros están a la
vista de todos, en pleno centro. La plata se retira y uno se va tranquilo con su dinero.
Los ciudadanos, miran a la autoridad con reserva y respeto. Saben que están cuidados y
protegidos por profesionales capacitados pero también comprometidos con sus tareas.
La gente es amable y está de buen humor, nos habla bien y sonríe. Y respetan a la policía
porque la ven como lo que es: la autoridad.
Qué nos falta a Uruguay para llegar a eso? Será que aquí sienten que no tienen respaldo?
Estoy seguro que la mayoría son buenos efectivos, pero también sé que, al igual que un
ciudadano civil, darán más vueltas ellos que los delincuentes o –peor aún- si se trata de
menores.

Las herramientas humanas y logísticas están. Basta de dejarlos solos, de no darles respaldo.
Hay que copiar las cosas buenas y los valores y la cultura del respeto, jamás pasan de moda.
Años cultivando el ocio, la desidia y el irrespeto, han hecho caldo gordo a los que nos tienen en
jaque hoy en día. Volvamos a las raíces, a la nación que supimos ser. Los más jóvenes y sus
adultos tienen que tener en claro que el policía está de nuestro lado. Y cuando nos
abroquelemos, los que creen tener el poder verán que su fin es ese lugar al que tanto le
coquetean: la cárcel. Quizá eso empiece a desestimularlos. No creo que todo esté perdido.

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